A comienzos del siglo 20, en la época de oro de las salitreras, Quillagua florecía, era el vergel de Atacama. Esta localidad era la que abastecía de forraje a los animales de las oficinas de salitre de la Segunda Región, llegando a tener hasta siete cortes de alfalfa al año, todo un récord. Incluso llegaron a exportar fardos al sur de Chile. Por todo esto, los quillaguinos tenían situación económica como para darse ciertos lujos.
Con la Primera Guerra Mundial las salitreras empezaron a morir y Quillagua no se quedó atrás. Se acabó la prosperidad y los mercados de alfalfa decayeron. Juan Iglesias habita solo una casa llena de fantasmas. Durante los últimos 20 años ha ido comprando y juntando vestigios del pasado glorioso del norte grande, y de Quillagua. Es uno de los últimos quillaguinos y está decidido a luchar para que este pasado no se olvide. A pesar de que él no tiene los medios económicos, quiere levantar un gran museo, con los recuerdos.
Hasta el año 70 el tren longino -que repleto de pasajeros viajaba de Iquique a Santiago- paraba tres veces a la semana en la estación de Quillagua. En 1973 el Longino dejo de pasar por el oasis. En nostalgia por el pasado, ahora los quillaguinos salen a saludar al tren de carga, que pasa sin anuncio un par de veces al año y sigue de largo.
Antes, la carretera del norte pasaba por la calle principal de Quillagua, la Avenida Comercio, hasta que en 1960 la autoridad decidió darle otro trazado a la autopista y sacarla del pueblo. Junto con la carretera desaparecieron los cuatro restaurantes, el hotel y los turistas de Quillagua. Hace años que nadie, o casi nadie, entra a la gran cervecería Loaiza, cuyo dueño parece sumergido en un doloroso letargo. Detrás del mostrador don Juan Loaiza se pasa horas y años tratando de entender cómo le sacaron la carretera del pueblo. Recordando también lo que para él fue el golpe de gracia para el oasis: El día en que el río Loa se contaminó.
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